En 1723, Felipe V ordenó al arzobispado de Santafé la construcción y la atención del hospital San Juan de Dios, para que se destinara también a la enseñanza de la Medicina. Sumida en el dogmatismo religioso, la institución atestiguó la paulatina sustitución del Oscurantismo por la Ilustración cuando Caballero y Góngora le abrió sus puertas a Mutis, defensor de la educación científica y estatal. Culminada la Expedición Botánica, el sabio hizo del San Juan su laboratorio y formó allí a los pioneros de la ciencia médica del futuro. Las mismas ideas de vanguardia orientaron la lucha por la soberanía que logró derrotar al colonialismo feudal.
Al florecer la República, el hospital se volvió de caridad y del Estado. La misma ley que creó la Universidad Nacional reglamentó su asocio con el San Juan, formando un consorcio que, además de acumular una larga tradición de servicio a los más necesitados, lideró el desarrollo investigativo del área de la salud. Allí vieron la luz, gracias a la genialidad de Patarroyo y Hakim, la primera vacuna sintética y la idea de una válvula para tratar el síndrome HPN.
Al final del milenio, la aplicación de la Ley 100 y el paso del hospital a manos de una fundación privada lo tenían al borde de la quiebra. Para ese entonces, las políticas de “apertura” habían desembocado en una gran crisis económica: el PIB decreció un 4,5% y el 40% del mismo correspondió a deuda pública. Para salir de esa crisis, los mismos organismos multilaterales –dirigidos por EE.UU.- que habían propuesto el modelo macroeconómico y la reestructuración del sistema de salud, “sugirieron” salvar a los bancos y multinacionales, aunque ello costara exprimir a los trabajadores, la clase media y empresariado nacional. La herencia del hospital pareció importar muy poco. El gobierno Pastrana, muy obediente, se negó a rescatarlo.
Aunque la posibilidad de hacer las prácticas de las ciencias de la salud quedó a merced de convenios inestables con terceros, los estudiantes de Medicina, Odontología y Enfermería no perdieron la esperanza. Tras años de movilización, lograron que el pasado 3 de diciembre se abriera la Fase 1 del Hospital Universitario Nacional, correspondiente a un 25% del proyecto. Pero las consignas coreadas en sus puertas eran de satisfacción incompleta.
Las razones son muchas. Los terrenos del 75% del Hospital (su Fase 2) se encuentran amenazados por la Reforma Urbana al CAN, acordada por Petro y Santos (para favorecer a Sarmiento Angulo), quienes han coincidido con Peñalosa y Germán Vargas en un voraz interés por hacerla realidad como sea. Por su parte, la UN cerró el 2015 con un astronómico déficit contable de 159.000 millones de pesos y -debido a la crisis económica, generada por la dependencia de Colombia a las materias primas y la caída en los precios del petróleo- la Ley de Estampilla que debía proveer el presupuesto para construir el HUN, recaudó apenas 12% de lo prometido.
Como si fuera poco, hasta Bogotá llegan los gritos de protesta por la situación de los Hospitales Universitarios del Valle y Santander, cuyo marchitamiento advierte un contexto doblemente complicado: la deuda de las EPS con los hospitales asciende a doce billones y la del gobierno con las universidades públicas a más de quince.
El Presidente ordenó “apretarnos el cinturón” ante esta crisis, que se agravará el año en curso. A él le toca, como a su jefe de hace quince años, decidir a quién ahoga y a quién lanza el salvavidas. Y es seguro que su báscula marcará mejor a la medida de las EPS y el Grupo Aval que a la de los practicantes y pacientes de nuestro Hospital. Habrá que torcerla en favor nuestro. El sentido de pertenencia y la indignación deberán dar forma a la más amplia resistencia civil. No será la primera vez que aprendamos del pasado, ni la última lección que le dejemos a la historia.
Eduardo Mestre
Estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario